No todas las cosas se regalan por lo que son.
Algunas se entregan por lo que representan.
Una flor puede ser disculpa.
Un libro, complicidad.
Una joya, promesa.
¿Y una piel?
Una piel es un gesto antiguo.
No está hecha para sorprender en el instante, sino para permanecer.
El origen del gesto
En tiempos pasados, regalar una piel era un acto solemne.
Se hacía en nacimientos, partos, bodas o partidas largas.
Era una forma silenciosa de decir:
“Te cubro. Te resguardo. Aunque yo no esté, esto te acompaña.”
En los pueblos del norte, una piel de cordero se ofrecía a los recién nacidos para proteger su sueño.
Desde los pueblos nórdicos a comunidades andinas, regalar una piel era mucho más que un gesto de abrigo: era dar refugio.
En rituales de sanación, se envolvía a quien estaba debilitado, como si la piel ajena recordara al cuerpo cómo sentirse fuerte.
Y cuando alguien partía, se le entregaba una piel como manto: algo que abrigara incluso el silencio del camino.
La textura del cuidado
No es casual que una piel natural tenga un peso y una temperatura distinta.
Quien la recibe, lo nota.
La calidez no viene solo del material, sino del gesto.
Una piel de oveja no es solo para decorar:
Es para estar. Para envolver. Para acompañar.
Tiene cuerpo, tiene historia, tiene tiempo.
Y eso… se siente.
Más que un objeto
En Mercat Blanc, hemos visto a madres elegir pieles para sus hijos que aún no nacen.
A amantes que las entregan como cobijo para los inviernos que vendrán.
A abuelos que regalan una pieza como legado vivo.
Y hay algo muy hermoso en eso:
en no regalar solo un objeto, sino una intención.
Si alguna vez regalas una piel…
Que no sea porque “queda bonita”.
Hazlo porque sabes que quien la reciba, entenderá su peso, su suavidad, su mensaje.
Porque regalar una piel es decir:
“Quiero que tengas abrigo, incluso cuando no esté.”
Y ese tipo de regalos,
no se olvidan nunca.
El abrigo que acompaña más allá del invierno ya existe.
Solo debes hacer clic aquí para invocarlo.
¿Qué significa regalar una piel?